Por Rosendo Fraga. La derrota del oficialismo en el Senado mediante el desempate del vicepresidente Cobos, es un hecho inédito en la historia político-institucional argentina, que puede tener consecuencias importantes en el futuro, e incluso en lo inmediato.
Muchas veces se suele considerar en su momento históricos, a hechos que, después la propia historia muestra que resultaron intrascendentes. Pero los dos días que transcurrieron entre la mañana del martes 15 y la madrugada del jueves 17 de julio, en mi opinión, mantendrán las características de históricas.
Las dos movilizaciones con que compitieron el oficialismo y el campo, antes que el Senado tratara el proyecto sobre retenciones, confirmaron que la calle es hoy un ámbito de decisión para la política argentina.
La crisis 2001-2002, con los cacerolazos y los cortes, estableció esta regla no escrita, que no cambió desde entonces y se ve ratificada con la crisis de 2008.
No hay en la historia argentina un caso como el del martes 15 de julio, cuando cientos de miles de personas se movilizaron al mismo tiempo en dos actos simultáneos, en función de posiciones contrarias.
Es importante destacar que no se registraron hechos de violencia, pese a la fuerte tensión política y que el discurso oficialista insiste en analogar el actual conflicto entre el campo y el Gobierno, con las dos crisis políticas más sangrientas de la historia, las de 1955 y 1976.
Que no haya habido violencia es una evidencia de que la sociedad puede pensar distinto, pero que no tiene la carga de odio que la afectó en el pasado.
La puja de movilizaciones fue claramente ganada por el campo, que reunió más de dos veces la gente que convocó el oficialismo.
El oficialismo tuvo una movilización de menor envergadura, pero ocupó los espacios claves, como la Plaza del Congreso, lo cual -junto al control de la barra en el recinto- ejerce una presión directa sobre los legisladores.
El manejo táctico del control de la calle que realiza el oficialismo es más eficaz, aunque cuenta con menor capacidad de convocatoria, pese a tener a su favor el uso de los aparatos oficiales, de sus recursos y el control de la fuerza pública.
La división del oficialismo se ha profundizado. A la posición contraria al Gobierno asumida por Felipe Solá en diputados, se sumó la de Carlos Reutemann en el Senado.
La CGT se dividió y la disidente -algo más de la cuarta parte de los gremios-, se alinea con Duhalde y respalda el reclamo del campo. El ex presidente y José Manuel De la Sota volvieron a reunirse públicamente, criticando a kirchnerismo. Por su parte, el gobernador de Chubut (Das Neves) dijo públicamente que integrará el Movimiento Productivo que encabeza Duhalde, y el de Córdoba (Schiaretti) recibió Alfredo De Angeli.
El kirchnerismo se radicaliza ideológicamente a medida que se desarrolla la crisis, salvo en su relación con las Fuerzas Armadas, que se modera. En política exterior, la estatización de Aerolíneas implica un conflicto con España, el único país desarrollado con el cual la administración Kirchner tenía buena relación; el Subsecretario del Departamento de Estado para América Latina (Shannon) fue recibido cordialmente, pero con un reclamo por la IV Flota y poco interés en recibir su apoyo para la negociación con el Club de Paris; la posibilidad de malvinización de la política exterior argentina ha generado advertencias tanto en el parlamento como en la prensa británica.
El modelo de estatización de Aerolíneas es similar al utilizado por Venezuela con SIDOR, pese a la desmentida al respecto del gobierno argentino.
El discurso del matrimonio presidencial siguió aludiendo públicamente a un intento de golpe destituyente que proviene de la derecha, aunque la pluralidad de la movilización de Palermo lo desmiente.
En siete días la Presidente habló tres veces ante auditorios militares, buscando moderar su discurso, aunque sin cambiar la política de derechos humanos, quizás tratando de dar una señal de poder, que en la Argentina de hoy carece de significación.
Pero las dificultades económicas se van agudizando, comienzan a agravarse los problemas políticos y sociales y la administración Kirchner es probable que los enfrente con medidas más similares a las de Chávez que a las de Lula.
En cuanto a lo resuelto por el Senado, la derrota del oficialismo mediante el desempate del Vicepresidente Cobos es un hecho inédito en la historia político-institucional argentina, que puede tener consecuencias importantes en el futuro e incluso en lo inmediato.
Kirchner, coherente con su personalidad, hizo de su triunfo en el Senado una cuestión de todo o nada y por primera vez tuvo una derrota explícita, en momentos en que el oficialismo se ha debilitado en todos los frentes.
La votación del Senado confirma que el Congreso ha recuperado un protagonismo que parecía totalmente anulado hasta hace poco tiempo. Ello tiende a reestablecer la necesaria división de poderes fuertemente debilitada en los últimos años y comienza a desmontar el sistema híper presidencialista del cual Kirchner y los superpoderes permanentes fueron la expresión más elocuente.
Sin la exitosa movilización del campo del martes, difícilmente el Senado hubiera votado como lo hizo y seguramente se hubiera repetido un escenario similar al de Diputados, con un triunfo ajustado del oficialismo.
Hace un mes, el Gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, dijo que esta forma de gobernar ha llegado a su fin. La movilización de Palermo y la votación del Senado lo han confirmado.
Entender esto es para Cristina Kirchner la clave de su gobernabilidad futura, ya que son evidencias suficientes de que es necesario cambiar el enfoque con el cual ha venido gobernando durante siete meses.
Las crisis son también oportunidades y esta es la visión que la Presidente podría adoptar tras una derrota política, que a lo mejor le puede permitir revertir el deterioro sufrido durante los siete primeros meses de gestión. Por Rosendo Fraga – Nueva Mayoría.