El precio del pollo al público es una de las muestras más evidentes del ocultamiento inflacionario y la centralización porteña, desde cuyo ombligo se cree que mientras las cámaras de televisión nos muestren un precio de $ 3,80 en la Capital Federal, en el interior nos convenceremos de que ese es el precio, aunque en el mostrador nos pidan $ 5,10, en una provincia que los produce. Entre Ríos ocupa el segundo lugar en el país en cuanto a volúmenes de producción avícola, el kilo puede costar $ 4,90 como oferta especial para quien compra medio cajón de diez, y por unidad y según calidades puede llegar hasta $ 5,69.
Según trascendió de fuentes no oficiales, cuatro frigoríficos de aves que abastecen las grandes cadenas de supermercados de Buenos Aires, fueron subsidiados por el gobierno que les garantizó 13 mil toneladas de maíz a un precio de 280 pesos la tonelada (en Rosario cotiza 390 pesos) a condición de que durante las fiestas mantengan el precio del pollo al nivel acordado meses atrás con la Secretaría de Comercio. Las trece mil toneladas son insuficientes para producir todo el pollo que las fiestas demandan, pero los empresarios están cumpliendo y de esa forma le permiten al gobierno nacional afirmar que los precios no aumentan, y al INDEC seguir haciendo sus cálculos según las góndolas de la Capital Federal y en base a productos sobre los cuales se pactaron precios máximos. El plan sería perfecto si a los consumidores de las provincias nos entregaran pasajes gratis para ir a comprar con aquellos precios. Aquí, en la provincia que ocupa el segundo lugar en el país en cuanto a volúmenes de producción avícola, el kilo puede costar $ 4,90 como oferta especial para quien compra medio cajón de diez, y por unidad y según calidades puede llegar hasta $ 5,69. Algo similar sucede con las industrias alimentarias que se comprometieron a mantener precios máximos para algunos productos, y en materia de frutas y verduras directamente no se cumplen. Muy pocos artículos de los que gravitan fuerte en la canasta familiar tienen precios máximos. Los tiene el azúcar y el aceite, productos que los fabricantes entregan con cupos. Los tiene la papa, por ejemplo, y cuando el minorista va al mercado a exigir el precio máximo le ofrecen un producto que solo podría utilizarse para la alimentación de cerdos. Si quiere buena calidad, debe pagar sobreprecio. Por supuesto que el consumidor protestará ante el minorista, que es quien debe dar las explicaciones. No basta con la televisión de Buenos Aires y los precios que a página completa publican los supermercados más famosos en los diarios nacionales. Para nosotros en el interior, la realidad se lee en el mostrador de aquí a la vuelta. El INDEC sería más realista si publicara dos índices: el de Capital Federal y el de más allá de la Avenida General Paz. (Fuente: Paralelo 32) |