El dolor, la soledad, el reclamo y la falta de justicia se volvieron a instalar este mediodía en la Escuela San Benito Abad, por la cual transitó Fernanda Aguirre, a tres años de su secuestro y desaparición. Megáfono en mano -el mismo con el cual se fue reclamando en todos estos años, en cada acto de la escuela, donde la joven llegaba cada día, para estar en ese aula del primer piso-, el director del establecimiento, Luis María Acosta, recordó el dolor por la ausencia de la desaparecida, la falta de respuestas desde la Justicia y le pidió “a Fernanda, donde se encuentre” -acotó-, “que sepa que seguimos estando a su lado, acompañándola como siempre”. Sin menciones específicas, cuestionó el escaso avance de la causa y recordó el dolor de alumnos, maestros y familiares directos de la chica de 13 años en el 2004.

No obstante, un hecho concreto caló hondo entre los presentes: no más de 12 vecinos de la localidad de San Benito fueron los que se hicieron presentes para acompañar a los estudiantes y docentes de la escuela, como así también a los padres de la joven desaparecida, Julio Aguirre y María Inés Cabrol. Los pobladores ni siquiera tuvieron el respeto de salir a las puertas de su vivienda o cerrar el comercio en el que estaban, al paso de la marcha del centenar de jóvenes, que con la imagen de Fernanda, arrancaron poco después de las 12 desde el establecimiento y recorrieron varias calles de la localidad. Exigieron verdad y justicia, pasaron por la casa de la familia Aguirre, donde dijeron varias veces “Presente” cada vez que fue nombrada la pequeña secuestrada y retornaron a la Iglesia, donde el padre Blas Corbalán hizo una oración final. Ni siquiera el intendente Angel Vásquez (PJ) se hizo presente. Tampoco hubo funcionarios provinciales ni legisladores del oficialismo o la oposición.


Con algunos pocos medios presentes, el estoico cantautor paranaense, Jorge Méndez -quien hace dos años le escribiera una canción a Fernanda- y cada uno de los estudiantes y docentes de la Escuela San Benito Abad, la marcha arrancó poco después del mediodía. Minutos antes el cielo fue como que se abrió y el sol comenzó a brillar, pero el viento frío igual se sentía. Varios de los compañeros de Fernanda -los mismos que finalizarán el ciclo lectivo este año y dentro de pocas semanas emprenderán el viaje de fin de curso, con un asiento vacío- se ubicaron entre los primeros lugares, con una inmensa fotografía de la pequeña y una pancarta que señalaba “Fernanda presente”.



María Inés Cabrol -la madre de Fernanda- esta vez no se ubicó al frente de la marcha, sino en el medio, como una más y entre los compañeros de la joven. Al final, de la mano de su pequeña nieta, su padre, Julio Aguirre, con el peso del dolor y la angustia de estos años en el rostro -que quizás lo llevaron a avejentarse casi de golpe en escaso tiempo, pese a sus no más de 40 años-, siguió lentamente el paso. Casi siempre mirando el piso; sin poder observar para adelante, como sintiendo ese golpe de ver cómo fueron creciendo cada uno de los compañeros de Fernanda y sin poder proyectar quizás esa adolescencia que nunca pudo palpar de su hija que no está hace 36 meses.


Pero el frío caló más hondo al observarse que en San Benito todo el movimiento siguió igual. Era como si nada pasó; ni antes, ni después, ni ahora. Como que nunca sucedió un hecho doloroso, que conmovió a buena parte del país y mantuvo en vilo a esta provincia durante meses. No más de 12 pobladores se acercaron a participar; algunos, amigos directos de la familia y algún otro ciudadano que quiso estar cerca en estos tres años de dolor, para apoyar el pedido de justicia.


El tránsito vehicular siguió normalmente por la prolongada avenida (más allá de los tres inspectores de tránsito que fueron interrumpiendo el paso de los coches ante la marcha). Hubo vecinos que estaban en alguna vereda conversando de bueyes perdidos y ni siquiera detuvieron el diálogo a viva voz y se ubicaron de espaldas ante el paso de los jóvenes y de los maestros que exigían justicia o cantaban ese clásico de Eladia Blázquez, “Honrar la vida”. En los comercios la gente entraba y salía sin importar. Casi nadie (por no decir nadie) interrumpió su camino para permanecer quieto y respetuoso ante la marcha. Nadie cerró por minutos su comercio.


Esta vez nadie puso una bandera blanca en las ventanas de las viviendas, como aquella que muchos ubicaron, en reclamo de respuesta, a poco de producirse el secuestro. Esa fue quizás la imagen más dura del mediodía. Hasta casi superior a la foto de Fernanda en la Iglesia, frente al altar, con tres velas encendidas, por los 36 meses de ausencia. Debajo de la inmensa sonrisa de la pequeña de “los risitos de oro” -como la recordara por el megáfono una de las maestras-, con toda una vida por delante, la frase decía: “Fernanda, te seguimos esperando”. Casi como un ruego, que pocos escuchan o quieren escuchar, mientras siguen las peleas de poder, las chicanas y los absurdos, para ver quién hizo más o menos por la niña.


Tal vez se modifique la triste imagen para la concentración de esta tardecita, prevista para las 19, con posterior Misa en el mismo lugar y escenografía. Tal vez aparezcan los pobladores a desafiar el frío y unirse al grito de justicia. Tal vez lleguen funcionarios, legisladores, dirigentes y hasta el intendente de la población, ahora reelecto en su cargo. Tal vez; sólo tal vez.
  
 Fuente. Analisis Digital.